Origen de las naciones y el
nacionalismo
Según escriben Mario Sanoja e Iraida Vargas
(2005), la nación
más que una estructura es
un proceso de
integración cuyo origen y desarrollo se
gesta a lo largo de la historia de los pueblos; si
bien la concreción de este proceso se da bajo condiciones
históricas y materiales que
son contingentes y originales. En efecto, las naciones son el
resultado de la conjunción de múltiples factores
objetivos
(económicos, sociales, étnicos, culturales,
tecnológicos, institucionales) y subjetivos (identitarios,
de pertenencia, etc.) cuyo grado y patrón de organización están determinados por
el grado de desarrollo de la reproducción social [1]. Así,
podemos observar a lo largo de la historia de la humanidad una
serie de estructuras
socio-políticas
que van desde la
organización gentilicia, pasando por reinos, imperios,
ciudades estados, protectorados, hasta llegar al sistema
más complejo de Estados-nación
actualmente dominante (aunque parece que este viaje
continúa hacia formas de organización más
complejas como la unión o bloques regionales de
naciones).
Siguiendo esa idea, se puede decir que la
concreción del Estado-nación moderno pertenece a un
período específico y relativamente reciente desde
el punto de visto histórico. Esencialmente, la
formación del Estado nacional moderno se fundamentó
en tres elementos concretos preexistentes: a) el Mercado: como
mecanismo y escenario para la realización de las
actividades de intercambio comercial y financiero. b) el Estado:
como la institución encargada de organizar y regular las
actividades generales de un país y, c) las Naciones:
constituidas por los pueblos y nacionalidades que habitan en un
espacio territorial/cultural delimitado.
Sintéticamente, podemos comenzar por recordar que
la producción para el mercado existía
ya bajo el régimen esclavista y bajo el feudalismo. Esta
producción de los pequeños artesanos y campesinos,
basada en la propiedad y en
el trabajo
personal, y
que crea productos
destinados al cambio,
llamada producción mercantil simple, se realizaba por
medio de mercados locales
y temporales. Más tarde, el incremento de la
producción artesanal y agrícola, el desarrollo de
la división social del trabajo entre
la ciudad y el campo, así como los avances en la vialidad
y el transporte
vinieron a reforzar los nexos económicos entre las
distintas regiones dentro de cada país, contribuyendo
decisivamente a la formación del mercado
nacional.
Pero el fraccionamiento político propio del
feudalismo representaba un gran obstáculo para el
desarrollo de la producción mercantil y el comercio. Las
exigencias de éste y del progreso económico de la
sociedad en
general imponían la necesidad de acabar con el
fraccionamiento feudal. Por eso la naciente burguesía
urbana estaba interesada en la desaparición de las
barreras feudales y era partidaria de la creación de un
Estado centralizado. Entonces, tanto la burguesía
emergente como los reyes [2] se unieron para asestar golpes
decisivos a la nobleza feudal y reforzar con ello su propia
dominación. Para esto se constituyeron grandes Estados
bajo la forma de Estados nacionales, los cuales facilitaron el
desarrollo de las relaciones capitalistas. De tal manera que la
formación del mercado nacional sentó, a su vez, las
premisas económicas para la centralización del Poder del
Estado. La existencia de un Estado nacional centralizado
tenía la doble función de
asegurar la integración y el control internos
y, al mismo tiempo, salir
victoriosa de la competencia con
la burguesía de otras nacionalidades. Así, como
afirmaba Stalin: "El mercado es la primera escuela donde la
burguesía aprende el nacionalismo".
En este proceso de imposición del capitalismo y
la consiguiente conformación de estados
burocráticos centralizados se transformaron las relaciones
socioeconómicas y las estructuras de dominación.
Desde luego, tanto a la imposición de este tipo de
economía
como a la hegemonía de la burguesía y los estados
capitalistas de Europa occidental
contribuyeron también en gran medida las políticas
colonialistas, el comercio y, posteriormente, la formación
del mercado mundial. Ahora bien, el origen de las naciones no
sólo obedece a razones de índole económica,
pues otro factor que contribuyó a su formación fue
la existencia de nacionalidades o pueblos con
características particulares pero predominantes de
cultura, raza,
lengua,
historia y sentimientos de pertenencia e identidad
comunes, que se establecieron definitivamente en un territorio
determinado: lo que A. D. Smith (1997) denomina ethnie
dominante [3]. Así, por ejemplo, la mayor parte de las
naciones europeas se componen de algún grupo
étnico dominante; otras también contienen dentro de
ellas una o varias nacionalidades minoritarias.
Más tarde, en la Era de la modernidad, las
nacionalidades más poderosas junto con las clases y
sectores dominantes desarrollaron por medio de los Estados
políticas deliberadas de construcción nacional para difundir y
fortalecer un sentido de pertenencia nacional. Según
reseñan Kimllicka y Strachle (1999), estas
políticas de construcción nacional incluyen planes
de estudio de educación nacional,
apoyo a los medios de
comunicación nacional, la adopción
de símbolos nacionales y leyes sobre
idioma oficial, sobre ciudadanía y naturalización, entre
otras. A estas políticas públicas encaminadas a
asegurar que los Estados sean efectivamente Estados-nación
las denominan "nacionalismo de estado". Por supuesto, dicen estos
autores, en algunos países esas políticas de
construcción nacional han sido sorprendentemente exitosas.
Sin embargo, en muchos países algunas minorías
territorialmente concentradas han opuesto resistencia a
estas políticas, en particular, cuando se trata de
minorías que ejercieron históricamente algún
grado de autogobierno que fue erradicado en el momento en que su
tierra natal
fue involuntariamente incorporada a un Estado mayor, como
producto de la
colonización, de la conquista o de la cesión de
territorios de un poder imperial a otro. A estos movimientos de
resistencia los identifican como "nacionalismo de las
minorías". Para Kymlicka y Strachle, ambas estrategias
nacionalistas han tendido a generar serios conflictos en
aquellos países que contienen minorías
nacionales.
Es precisamente ese contexto histórico original
el que según Hirsch (1998) otorga al concepto de
nación un significado sumamente contradictorio: En primer
lugar, simboliza la unión y autodeterminación
política
del pueblo, integrado por ciudadanos libres e iguales, frente a
las tradicionales fuerzas oligárquicas y feudales. En este
sentido, afirma este autor, el concepto de nación tiene un
sentido fundamentalmente democrático, que se
evidenció especialmente en las revoluciones burguesas. Por
otra parte, el concepto de nación siempre está
ligado con la exclusión de todo lo foráneo y el
sometimiento al poder del estado centralizado, por lo que al
mismo tiempo opera como un instrumento de dominación. Esta
contradicción, de acuerdo a nuestro entender, es
también la que marca el punto de
partida para las diferentes ideologizaciones sobre el
nacionalismo; pero este último aspecto será
materia de
discusión en otra parte de este trabajo.
Continuando con este breve análisis histórico,
cronológicamente se pueden señalar varios momentos
en el surgimiento de los estados nacionales y los movimientos
nacionalistas, los cuales responden tanto a las distintas etapas
en el proceso de acumulación capitalista [4] como a un
creciente desarrollo y solidificación de las identidades
nacionales de los diferentes pueblos del mundo: El primer
momento, entre 1789 y 1871 correspondió a la lucha por la
liberación nacional burguesa contra los restos del modo de
producción feudal y de los regímenes
políticos autocráticos que, para sí, se dio
la nobleza. Esta lucha que se libró fundamentalmente en
Europa occidental y que desembocó en los modernos Estados
nacionales fue esencialmente
democrático-burguesa.
Casi simultáneamente, pero al otro lado del
mundo, los movimientos de autodeterminación nacional que
se presentaron en 1776 en Norteamérica, y entre los
años 1804-1895 en Latinoamérica, estuvieron motorizados por
la nobleza territorial criollas y/o la burguesía emergente
de los países coloniales y semicoloniales, no ya contra el
feudalismo y la autocracia de viejo cuño, sino contra la
opresión nacional de los colonialistas extranjeros, al
tiempo que contra sus aliados estratégicos: los
terratenientes, los arrendatarios en régimen de
explotación semifeudal y el sector comercial-importador.
Estos movimientos dieron como resultado la creación de un
gran número de Repúblicas de carácter liberal.
Un segundo momento, entre 1918 y 1957, comprende los
años en los cuales se sucedieron dos Guerras
Mundiales y otros dos procesos
diferentes pero relacionados: Por una parte, el fin de la
Primera Guerra
Mundial tuvo como uno de sus resultados la aparición
de nuevos estados nacionales en el continente europeo, al
desintegrarse los imperios multi-nacionales Austro-Húngaro
y el Otomano. El Tratado de Versalles en 1918 se
caracterizó por un reconocimiento del principio del
nacionalismo, al ser la mayor parte de Europa dividida en estados
nacionales en un intento por mantener la paz. Pero
también, como otra consecuencia importante de esta
guerra, debe
destacarse el surgimiento del primer Estado socialista en
Rusia.
Por otra parte, en este mismo periodo, se
desencadenó una serie de movimientos de liberación
nacional prácticamente en todo el mundo colonial, los
cuales en su mayoría se concretaron al terminar la Segunda Guerra
Mundial. Estos movimientos, a diferencia de los dos
anteriores, contaban esta vez con la existencia de una
conjunción de fuerzas integrada por importantes sectores
de intelectuales
progresistas de la clase media,
obreros y campesinos revolucionarios quienes guiados por la
influencia y el apoyo del campo socialista derrotaron casi
totalmente al viejo colonialismo europeo. Los movimientos de
liberación nacional en este período dieron como
resultado la instalación de una serie de naciones con
diferentes tipos de regimenes: unos liberal-burgueses, algunos
autocráticos y otros con características
socialistas.
El último o más reciente momento se puede
datar a partir de 1991, año que marca la
desaparición del bloque socialista de naciones. La
eliminación de los regimenes socialistas y el casi
inmediato resurgimiento de los viejos regionalismos, mayormente
fundamentados en antiguas nacionalidades del Este de Europa,
dieron como resultado la aparición de otro grupo de nuevas
naciones casi todas con gobiernos liberales.
Como ya destacamos más arriba, en cada una de
esas etapas el nacionalismo jugó un papel estelar. Aunque
no pocas veces fue un papel compartido puesto que, dependiendo
del país y de su grado de desarrollo, así como de
las circunstancias del momento y los intereses de las clases
sociales involucradas, los movimientos nacionales terminaron bien
entrelazándose o bien entrando en contradicción con
otras teorías, ideologías y movimientos
tales como el liberalismo,
el socialismo o el
nazi-fascismo. Como
era de esperar, estos encuentros y desencuentros han ocupado el
interés
de muchos autores por tratar de estudiar y determinar este
importante problema, pero también a otros a "confundir"
las razones y características del nacionalismo. A
continuación, veamos algunas de las visiones y estudios
más importantes relacionados con este tema.
Las
visiones académicas: sus teorías y enfoques del
nacionalismo
En las ciencias
sociales se entiende como una visión a la
perspectiva general desde la cual se analizan los problemas y se
pretende proporcionar una explicación racional de un
asunto o tema. Obviamente, la visión académica es
la que predomina en las diferentes disciplinas que constituyen el
amplio campo de las ciencias
sociales. Paul Treanor (1997) señala al menos nueve
disciplinas académicas que desarrollan teorías
sobre el nacionalismo y los estados nacionales. Ellas son: la
geografía
política, las relaciones
internacionales, las ciencias políticas, la antropología cultural, la psicología
social, la filosofía política, el derecho
internacional, la sociología y, finalmente, la
historia.
Cada una de estas disciplinas, de acuerdo con su
particular enfoque, ha desarrollado una serie de teorías
acerca de la razón y el origen del nacionalismo. En la
misma fuente citada, Treanor ofrece algunas "categorizaciones
simples y no-inclusivas" de las diferentes teorías del
nacionalismo:
- Teoría normativa del nacionalismo, en la
filosofía política. - Teorías del nacionalismo como extremismo
político. Estos enfoques se relacionan con listas de
definiciones preelaboradas por la extrema derecha. - Teorías del nacionalismo como producto de la
modernidad. Estas forman lo medular de las teorías
sociológicas del nacionalismo. - Teorías primordialistas, en
contraposición a las teorías del origen moderno
de las naciones. - Teorías civilizacionistas del nacionalismo,
que a manudo implican una finalidad organicista para la
comunidad
global. - Teorías historicistas, las cuales toman la
existencia de las naciones tal como son, pero considerando las
diferentes condiciones para su desarrollo. - Teorías de integración social,
especialmente sustituyendo a las teorías
religiosas. - Teorías sobre la formación de los
estados, en las cuales residualmente se explica el nacionalismo
como un producto de políticas centrales dirigidas a
lograr la uniformidad. - Teorías sobre el Sistema u Orden Global, las
cuales no siempre consideran las características
internas de los estados nacionales.
Por su parte, James Goodman (1996, citado por Paul
Treanor, y también por Michael Lucas, 1999) presenta una
categorización mucho más simple, que reduce las
teorías del nacionalismo en cinco enfoques:
- Teorías etno-nacionales, que ponen el acento
en los componentes étnicos del nacionalismo e intentan
explicar la fuerza
afectiva, o subjetiva, del nacionalismo; - Teorías modernistas, que enfatizan el papel de
los factores socio-económicos en el surgimiento de la
identidades nacionales, siendo el de mayor importancia la
industrialización; - Teorías centradas en el estado, que vinculan
el nacionalismo con el sistema de estados y las relaciones
internacionales; - Teorías centradas en las clases
sociales, que refieren a las relaciones de clases y el
impacto del capitalismo industrial sobre los movimientos
nacionalistas; y - Teorías sobre el desarrollo desigual, que
enfocan el amplio escenario internacional y transnacional en el
que se reproduce el nacionalismo, y el cual comprende el amplio
campo de las relaciones económicas, culturales y
políticas que se dan entre y dentro de las sociedades.
Siguiendo esta clasificación, Goodman
señala a Anthony Smith como un ejemplo de la teoría
etno-nacional, a Karl Deutsch y
Ernst Gellner como exponentes de la escuela modernista. Para el
enfoque ?centrado en el estado?, se señala brevemente a
John Breuilly. Eric Hobsbawm, Samir Amin, y Jim Blaut representan
las teorías ?centradas en las clases sociales?, donde
éstos autores ven al nacionalismo como un movimiento de
las clases oprimidas. Bajo la categoría ?teorías
del desarrollo desigual?, a la cual Goodman presta su
máxima atención, se agrupan Benedict Anderson,
Charles Tilly, Miroslav Hroch, y Tom Nairn.
En general, la literatura en torno a los temas
de la nación y el nacionalismo ocupan una interminable
lista de autores de todas partes del mundo. En Europa arranca con
tres eventos
destacados: uno es la colección de ensayos de G.
Mazzini (1805-1872) conocida como Los deberes del hombre,
en los cuales afirma que estos deberes, prescriptos por Dios, son
de tres clases: "para con la humanidad, para con su patria y para
con su familia"; otro es
el ensayo
sobre el concepto de nacionalidad que escribió Lord
Acton en 1862, en el que debatía algunas de las tesis de
Mazzini, o la conferencia de E.
Renan titulada ¿Qué es una Nación?,
dada en la Sorbona en 1882. También debemos incluir
aquí a los ensayos de los economistas clásicos
liberales quienes, aunque no gustaban hablar mucho de ello, se
vieron obligados a trabajar con los conceptos de nación y
economía nacional, por ejemplo: Adam Smith en
1776, o Friederich List en 1862, entre otros.
En la actualidad y desde una perspectiva
socio-histórica, se pueden encontrar diversos e
interesantes estudio sobre el origen de las naciones y el
nacionalismo. Como ya hemos observado antes, estos estudios
parten desde diferentes enfoques y teorías. Algunos de
estos estudios destacan aspectos objetivos, y otros los
fundamentan en razones subjetivas, aunque se debe anotar que
estas posiciones no son absolutas. Entre los primeros podemos
destacar al ya mencionado Ernest Gellner (1988). De acuerdo con
este autor, el origen de las naciones y el nacionalismo se
explica en la industrialización moderna y la necesidad de
un Estado que proporcione la homogenización funcional
requerida para este tipo de economía. En consecuencia, el
nacionalismo no es el despertar de las naciones a la conciencia de
sí mismas: "inventa naciones donde antes no
existían", de acuerdo con ese imperativo de homogeneidad.
Entre los "objetivistas" también debemos incluir a los
marxistas clásicos para quienes la nación y el
nacionalismo corresponden igualmente a una determinada etapa del
desarrollo
económico capitalista.
En cambio, Benedict Anderson (1993) considera que
quizás mucho más importante que intentar definir
objetivamente a las naciones es comprender que, subjetivamente,
la nación se imagina, no importa qué factores
separen a sus pueblos. Tal como lo postuló este autor,
todas las naciones, aún las más homogéneas,
son construcciones sociales o "comunidades imaginadas".
Según Arthur Ripstein (en la obra colectiva compilada por
R. McKim y J. McMahan, ya citada, p. 39), los estudios de
Anderson sobre el nacionalismo del sureste asiático
muestran de qué modo pueden fraguarse las naciones a
partir de grupos culturales
y lingüísticos diversos, grupos que, en gran parte,
se unieron debido a la contingencia de las batallas y los
tratados que
establecían entre sí las potencias coloniales.
Entre los "relativamente subjetivistas" también
podría señalarse al historiador John B. Harrison
(1991). Si bien este autor reconoce el importante papel jugado
por la industrialización en la formación de las
naciones europeas, no duda en destacar también el papel
subjetivo del nacionalismo, tanto en la creación de los
estados modernos como en los diferentes conflictos entre los
mismos a lo largo de la historia de ese Continente. Para Harrison
"el nacionalismo puede definirse como un sentimiento de identidad
cultural común y de lealtad al país propio"; siendo
la lengua, la tradición histórica, la religión, la
compactación territorial y los limites naturales los
factores esenciales que contribuyen a estos sentimientos (p.
150).
Por su parte, Anthony Smith propone una visión
premodernista sobre el origen de las naciones. De acuerdo con la
visión de Smith, las precondiciones para la
formación de las naciones se dieron primordialmente en la
preexistencia de factores étnicos y locales. De igual
modo, que las premisas fundamentales del nacionalismo mismo, como
ideología, movimiento y simbolismo,
estaría arraigado en los orígenes étnicos
casi siempre premodernos de la vida social. Así, para este
investigador el nacionalismo se define como: "un movimiento
ideológico para lograr y mantener la autonomía,
unidad e identidad en nombre de un grupo humano que según
algunos de sus componentes constituye de hecho o en potencia una
nación" (A. D. Smith, op. cit., p. 67).
En una postura intermedia podríamos ubicar al
conocido historiador Eric Hobsbawm, en razón a que en su
obra "Naciones y nacionalismo desde 1870" (CRÍTICA,
1991) el autor claramente aconseja "el agnosticismo como la mejor
postura que puede adoptar el que empiece a estudiar este campo",
pues a la hora de establecer los criterios de nacionalidad
"ni las definiciones objetivas ni las subjetivas son
satisfactorias, y ambas son engañosas" (p. 16). "No
obstante, para el resto ?dice el autor- utilizo el término
"nacionalismo" en el sentido en que lo definió Gellner, a
saber: para referirme básicamente a un principio que
afirma que la unidad política y nacional debería
ser congruente" (p. 17). "Sin embargo ? advierte Hobsbawn en
páginas previas de este libro-, me he
concentrado principalmente en el siglo XIX y comienzos del XX,
período en que el tema es más bien
eurocéntrico o, en todo caso, se centra en las regiones
"desarrolladas" (p. 7).
A pesar de esta visión eurocéntrica del
autor, de su manifiesto desinterés por el nacionalismo en
Latinoamérica, y de sus dudas en la fuerza
histórica de este fenómeno para el siglo XXI, luce
interesante su estudio sobre las raíces de los diferentes
tipos de nacionalismos en la Europa decimonónica, tales
como: a) el nacionalismo revolucionario-democrático,
propiciado por la burguesía en ascenso; b) el nacionalismo
liberal de una burguesía ya consolidada y expansiva, y c)
un "nacionalismo" separatista y divisor, generalmente sustentado
por los sectores medios o
pequeña burguesía. Asimismo, el autor ? siguiendo a
Hroch ? nos presenta una ilustrativa división de la
historia de los movimientos nacionales europeos en sus tres fases
de desarrollo, esto de acuerdo con la evolución de la conciencia nacional en los
diferentes agrupamientos sociales y regiones de un
país.
En primer lugar, Miroslav Hroch discute en su obra las
características particulares y las diferencias entre los
movimientos de autodeterminación en la Europa del siglo
XIX. En segundo lugar, este autor destaca el papel predominante
de las elites sociales en el inicio de los movimientos
nacionalistas. Según esta tesis (por cierto muy difundida
en el mundo académico), los movimientos nacionales tanto
en Europa occidental como en Europa oriental se desarrollaron en
tres fases estructurales: En la fase A, los activistas
investigaron los atributos lingüísticos,
históricos y culturales de su grupo étnico. En la
fase B, surgió un grupo de patriotas que impuso su
proyecto de
nación sobre otros miembros del grupo étnico. En la
fase C, la idea nacionalista se expandió conformando un
movimiento de masas. De acuerdo con Hroch, una diferencia
importante entre el Este y el Oeste de Europa radica en el hecho
de que los movimientos nacionales occidentales iniciaron su fase
B bajo las condiciones de un régimen constitucional. En
contraste, la fase B en los movimientos orientales se
desarrolló dentro de los últimos regímenes
absolutistas feudales como el Imperio de los Habsburgo, el
Imperio Otomano, la Rusia Zarista, Prusia y Dinamarca
Otro teórico del nacionalismo quien
también ha ejercido una gran influencia en el discurso de
los académicos, funcionarios gubernamentales y periodistas
ubicados en sectores conservadores es el historiador Hans Kohn
(1944, 1982; véase al respecto el interesante
análisis de los escritos de este autor realizado por Taras
Kunzio, 2002). Este autor desarrolló en sus escritos de la
década de los cuarentas del siglo pasado una teoría
y una tipología del nacionalismo que se basaba en una
supuesta diferencia entre un nacionalismo occidental "liberal y
cívico" y otro
"iliberal y étnico" en el oriente de Europa. Dada la
importancia que se le ha atribuido a esta teoría,
ahondaremos un poco más sobre sus postulados y sus
críticas.
Según el enfoque de Kohn, desde su
aparición el nacionalismo occidental siempre fue
cívico, éste tenía una base social en las
instituciones
cívicas y en la burguesía. El autor incluye cinco
ejemplos dentro de esta definición de "cívico
occidental": El Reino Unido, Francia,
Holanda, Suiza y los Estados Unidos.
En contraste, en el Este, la ausencia de esas instituciones y de
clases sociales diferenciadas significó que su
nacionalismo fuera más "orgánico" y dependiente de
los intelectuales para articular una idea de nación. En el
Este los intelectuales diseñaron y dirigieron la
conciencia nacional a través de la manipulación de
las memorias, los
símbolos, mitos e
identidades. Según Kohn, el nacionalismo alemán,
por ejemplo, rechazó los conceptos occidentales de
individualismo, racionalismo y
democracia
parlamentaria y, por el contrario, se centró en la cultura
tradicional, el idioma y la etnia.
Este supuesto que habla de la diferenciación
entre dos tipos distintos de nacionalismos en Europa es criticado
por Taras Kunzio [5] en el artículo ya citado. Para esta
autora, la división del nacionalismo y los estados de
acuerdo con el enfoque de Kohn falla al ser sometido al
análisis histórico objetivo, y en
cuanto al estado cívico éste no refleja más
que una mezcla de ilusiones y pensamientos autocomplacientes. En
su artículo, Kunzio discute cómo el enfoque de Kohn
es problemático en seis aspectos:
- Primero, todos los estados en Occidente
comparten horizontes culturales, valores,
identidades y mitos históricos en una identidad
común que es la ?nación?: "Sin un legado
histórico no habría el consentimiento colectivo
para vivir juntos, puesto que no habría ninguna
razón para que la gente persiga el acuerdo de compartir
su existencia con un grupo de individuos y no con
otro". - Segundo, el enfoque de Kohn omite cualquier
nacionalismo antidemocrático, "no occidental" que ha
existido en el Occidente, mientras que también ignora
las manifestaciones de democracia y nacionalismo cívico
en el Este. Kohn amontona en una sola categoría de
"Orientales" a todos aquellos nacionalismos que a él le
disgustan, muchos de los cuales no están
geográficamente en el Este. - Tercero, una división artificial del
nacionalismo por medio de la geografía ignora la
violencia
étnica y territorial que ha tenido lugar en los estados
occidentales. Kohn grava negativamente al nacionalismo del Este
por sus conflictos territoriales con sus vecinos, pero, al
mismo tiempo, él ignora cómo el "Occidente"
creó grandes imperios mundiales durante este
período y no discute los numerosos conflictos en los
cuales el Occidente se involucró durante sus proyectos de
construcción nacional y estatal. - Cuarto, la división del nacionalismo en dos
grupos hecha por Kohn idealiza el nacionalismo del Occidente
como un fenómeno cívico que siempre fue
completamente inclusivo de grupos
sociales y étnicos. Al igual que con los muchos
casos de racismo por
parte de Europa, él ignora la exclusión de los
Indígenas Nativos (y los negros) de la nación
Estadounidense a lo largo de la mayor parte del siglo
diecinueve. Ciertamente, once estados sureños negaron
derechos
civiles a los negros hasta muy tarde en la década de los
sesentas, en lo que sólo podría definirse como
una política regional de ?apartheid?. - Quinto, el enfoque de Kohn ignora el hecho de que,
como en el Occidente, el nacionalismo en el Este también
puede, en algunos momentos, involucrarse con alguna variedad
cívica. Este es, ciertamente, el caso durante los
noventas a lo largo de la mayor parte de la Europa
post-comunista. - Sexto, lo que tradicionalmente se ha considerado como
un proceso positivo de ?construcción nacional? en el
Occidente ha sido descrito por Brubaker (1995) de una manera
negativa como ?nacionalización de estados? en el Este.
Tanto los estados ?cívicos Occidentales? como los
estados ?étnicos Orientales? tradicionalmente
homogeneizaron a sus habitantes tanto por medios
pacíficos como violentos.
Como conclusión, Taras Kunzio argumenta que el
enfoque de Kohn es fundamentalmente defectuoso, ya que
múltiples evidencias
señalan que los estados cívicos y étnicos
puros sólo existen en teoría. Todos los
estados, ya sea en el Este o en el Oeste, se basan en una
razón etno-cultural. Cada nacionalismo y cada
nación tienen elementos y dimensiones que incluyen ambos
tipos de nacionalismos elaborados por Kohn (?orgánico,
étnico? y ?voluntario, cívico?). Ninguna
nación, ni ningún nacionalismo, pueden ser vistos
como puros, aún cuando en ciertos momentos uno u otro de
esos elementos predominen en el ensamblaje de los componentes de
la identidad
nacional. La suposición de que los estados-nacionales
en el Occidente siempre fueron cívicos desde su
creación a comienzo del siglo dieciocho es una
idealización del autor. Por el contrario, Kunzio propone
que los estados occidentales sólo se hicieron
cívicos recientemente. En tiempos de crisis
(inmigración, guerras en el extranjero,
secesionismo interno, terrorismo)
los elementos cívicos del estado pueden continuar siendo
eclipsados por factores del particularismo étnico; no
obstante, la proporción en la composición del
particularismo étnico y el universalismo cívico del
país siempre han estado en tensión y no
dependen de factores geográficos sino, en otros, de dos
factores: la etapa histórica en la evolución del
estado étnico al estado cívico y la nacionalidad,
así como en la profundidad en la consolidación de
la democracia.
Por otro lado, el nacionalismo también ha ocupado
la atención de la filosofía del derecho, lo
que ha originado por parte de esta disciplina
importantes estudios sobre el tema; sin embargo, se puede
observar que generalmente los estudios realizados a partir de la
filosofía moral y
política de claro corte normativista no llegan a
satisfacer las exigencias de integralidad que debe tener toda
investigación social, ya que en esta
perspectiva ocupa un lugar preferente el estudio del "deber ser"
de las organizaciones
sociopolíticas, o sólo las dimensiones morales y de
valor en el
caso particular del nacionalismo. Por supuesto, esto no quiere
decir que esta perspectiva no haga aportes interesantes en
diversos aspectos de nuestro estudio. Tal es el caso de los dos
volúmenes de la obra ya citada: "La Moral del
Nacionalismo" (GEDISA, 2003).
En esta obra colectiva el nacionalismo es clasificado de
maneras muy diferentes, pero, como los mismos autores reconocen,
estas diferenciaciones constituyen casi exclusivamente un
problema de formas y de valoración moral de las mismas.
Así por ejemplo, habría que distinguir entre un
nacionalismo "liberal" y otro "iliberal", en función del
poder que se quiera asumir (Taylor, op. cit.,
pp. 82-83); O un nacionalismo de "exclusión" y otro de
"resistencia", según se trate de conseguir, o bien de
conservar, la identidad y el reconocimiento (Feinberg,
ibíd., pp. 105-106); Uno "político" y otro
"cultural", ya sea que se centre en la idea de que la suprema
voluntad política soberana está representada por el
Estado-nación o, por el contrario, se considere que la
cultura, más que las manifestaciones de la voluntad
política, es el punto central de la identidad nacional
(Margalit, ibíd., p. 115); Uno "particularista" y otro
"universalista", de acuerdo con un conjunto de creencias sobre el
significado normativo de las naciones y la nacionalidad (McMahan,
ibíd., pp. 158-159); O uno "extremo" y otro "moderado", en
atención a criterios que definan los límites
entre las formas de nacionalismo moralmente aceptables y las
moralmente inaceptables (Nathanson, ibíd., pp. 265-266).
No obstante esta gran diversidad de criterios valorativos, es
justo reconocer que en esta obra podemos encontrar una de las
definiciones del nacionalismo más completa y menos
prejuiciada. Según McMahan:
El "nacionalismo" hace referencia a un conjunto de
creencias sobre el significado normativo de las naciones y la
nacionalidad. Es característico que quienes se llaman
nacionalistas sostengan, entre otras cosas, que la
continuación de la existencia y el florecimiento de su
propia nación es un bien fundamental, que los miembros
de una nación han de poder controlar sus propios asuntos
colectivos y que la pertenencia a la nación hace que no
sólo sea permisible, sino en muchos casos moralmente
necesario, la manifestación de lealtad y parcialidad
hacia los miembros del propio grupo (op. cit, p.
158).
También en el campo de la
psicología este tema ha ocupado la atención de
los investigadores, si bien se ha hecho de una manera
diferenciada según el momento y los espacios
geográficos analizados. En la visión
eurocéntrica (y anglo-estadounidense) del nacionalismo se
observan dos centros de interés diferentes: si los
estudios tienen por objeto otras sociedades, distintas a las
centrales, entonces se mostrará un interés
particular por determinar si los sentimientos y apegos
nacionalistas derivan de rasgos "duraderos o inalterables" de la
psicología
humana, por ejemplo, un supuesto sentido de pertenencia tribal,
los particularismos culturales, el chovinismo y otras cuestiones
relacionadas con la psicología moral del nacionalismo,
temas estos que a su vez fundamentan en gran medida los abordajes
de la filosofía normativista sobre este tema (véase
McKim y McMahan, op. cit.). Pero, si los estudios se realizan
hacia dentro, esto es en los países desarrollados,
entonces su interés estará dirigido hacia problemas
que quizás se presuponen propios de sociedades
civilizadas, tales como los aspectos legales de la
relación Estado-sociedad. Por ejemplo, Kelman (1979) nos
propone un modelo con el
que intenta distinguir diferentes tipos de nacionalismo, "o
distintas maneras en las que el individuo se
relaciona con el Estado nacional", el cual está enfocado
en las fuentes de
legitimidad del sistema
político.
En el modelo de Kelman, la lealtad hacia la
nación representa una mezcla de necesidades de
autoprotección y autotrascendencia, así como una
mezcla de preocupaciones instrumentales y sentimentales o de
identidad. Esencialmente ?dice este autor-, la vinculación
sentimental e instrumental se puede ver como dos tipos de
nacionalismo diferentes (aunque no mutuamente excluyentes). Estas
entradas mixtas se reflejan en los temas que dominan mucho de la
retórica nacionalista, como los temas de seguridad y
sobrevivencia de grupo, de poder y expansión, de
autoexpresión nacional, y de autorrealización. De
manera más general ?sigue el autor-, crean la
combinación especial de altruismo y autointerés en
la relación del individuo a la nación, el cual
constituye otro rasgo de la dialéctica que caracteriza a
la ideología nacionalista. Según la
definición de Kelman:
El nacionalismo puede concebirse como la
ideología del Estado nación moderno o de
cualquier movimiento dirigido hacia el establecimiento de un
Estado nación nuevo. Cualquiera que sea su forma
específica, el nacionalismo es una ideología que
proporciona una justificación para la existencia o
creación de un Estado nación que define una
población particular y que prescribe la
relación del individuo con el Estado (p.
142).
Para el autor en referencia, la existencia de una
nación unificada correspondiente al Estado no sólo
es un rasgo central de la ideología nacionalista y de la
legitimidad del Estado dentro del sistema internacional, sino que
también es central a la legitimidad del sistema
político ante los ojos de su propia población. Es
más, dice Kelman, "la población que acepta la
legitimidad del sistema político está preparada a
extender su lealtad al gobierno
específico o a la
administración en cargo del sistema en cualquier
momento" (p. 155).
En cambio, siguiendo una perspectiva distinta a la de
los investigadores europeos y norteamericanos, se puede ver que
en Latinoamérica las actitudes
así como otros procesos mediadores, y la
determinación de la identidad y carácter
nacionales, han sido los principales temas considerados en el
campo del nacionalismo. Colateralmente, se ha dado en este campo
una búsqueda de una explicación para ciertos rasgos
y ciertas conductas que apela a las teorías de la
ideología y de la alienación (véase Montero,
1984 y 1987). Por ejemplo, ubicado dentro esta perspectiva, el
psicólogo venezolano José Miguel Salazar (autor de
más de veinte trabajos sobre el tema) desarrolla casi
todas sus investigaciones
intentando definir aspectos relacionados con los rasgos y la
identidad de una manera comparativa con otras nacionalidades. La
razón de esta perspectiva está en que Salazar
considera que: "Aunque sería interesante estudiar las
causas del nacionalismo, es decir, sus determinantes
históricas, es más interesante estudiar sus
consecuentes: ¿En qué tipo de conductas se expresa
la ideología nacionalista (o la falta de ella)? Solamente
conociendo algunas de estas manifestaciones conductuales ?afirma
este autor- podemos intentar algún tipo de
cambio" (Salazar, 1980, p. 15).
Ocasionalmente, el tema del nacionalismo también
ha ocupado algunos espacios en el campo del periodismo de
opinión. Uno de estos es el artículo de Juan
Pablo Fusi (en: ABC del 28-10-02) donde el autor, después
de analizar el nacionalismo del siglo XX, nos ofrece dos
conclusiones, a saber: 1) que el nacionalismo fue, como ya lo
había sido en el siglo XIX, una fuerza poderosa de
transformación y cambio; 2) que los nacionalismos (para
Fusi existe una extensa gama de tipologías) serían
causa de importantes y a menudo violentos conflictos, incluyendo
las dos guerras mundiales (es curioso, por decir lo menos, que
este autor no mencione para nada los factores económicos
como causas fundamentales de las diversas crisis y guerras del
capitalismo). Pero además nos da una definición muy
amplia de este fenómeno, según Fusi:
Por nacionalismo ?que tendría mucho de
construcción moderna-, habría que entender muchas
cosas: procesos de construcción de estados
nacionales; teorías regionalistas o
independentistas; reivindicaciones etno-nacionales y
etno-lingüísticas; sentimientos de
pertenencia a una nación o nacionalidad; doctrinas
políticas basadas en la exaltación de la idea
de patria y en la movilización emocional de masas;
movimientos o partidos políticos
explícitamente nacionalistas. En última
instancia, la fuerza y vigencia del nacionalismo se
derivarían, probablemente, de su capacidad como
elemento de cohesión social y de la importancia
de los sentimientos de grupo como factor de vertebración
de la sociedad; pero el nacionalismo sería
también, muchas veces, una forma de hacer
política y, por tanto, una estrategia de poder.
[6]
Las visiones geopolíticas: sus tesis y
doctrinas del nacionalismo
Se entiende como geopolítica a las doctrinas que establecen
las relaciones entre los Estados, las políticas que llevan
a cabo, los espacios geográficos para su ejecución,
así como las causas que determinan esas políticas.
Estas doctrinas pueden encontrarse como elementos normativos en
las políticas generales de ciertos Estados, o bien como
parte integrante en sistemas de
pensamiento
político-filosóficos más complejos.
Lógicamente, al tratar acerca de las políticas de
los Estados nacionales, cada una de estas doctrinas ha
desarrollado una visión particular del nacionalismo. A
continuación, echemos una breve mirada sobre algunas de
las principales doctrinas:
"Lo esencial en la existencia de una
nación es que sea un Estado y que se conserve como
tal. Una nación que no haya formado dentro de
sí un Estado, sino que sea meramente "nación",
carece de rigor de historia, como es el caso de naciones que
existieron en estado salvaje. Cuanto a una nación le
acontece [?] tiene un significado esencial en relación
con el Estado". Friedrich Hegel (1770-1831). Cit.
en Las Ideas Políticas: D. Thomson (comp.),
Labor S. A., Barcelona, 1967, p. 144.Según Aníbal Quijano (2002),
eurocentrismo es la perspectiva de conocimiento que fue elaborada
sistemáticamente desde el siglo XVII en Europa, como
expresión y como parte del proceso de eurocentramiento
del patrón de poder colonial/moderno/capitalista, que
terminó por constituirse en la racionalidad
hegemónica, el modo dominante de producción de
conocimiento. En relación a la cuestión
nacional, los elementos principales de esta perspectiva son:
en primer término, el lugar privilegiado que siempre
ha ocupado el Estado en el proceso de formación
e institucionalización de toda nación y, por
ende, en el desarrollo de la ciencia
política occidental. Si bien es conveniente anotar que
no existe unanimidad en la literatura en cuanto al grado de
centralidad que se le atribuye a este tema, no hay dudas que
la importancia del mismo para la historia de las sociedades
occidentales ha sido muy grande. La razón de esa
orientación "estadocéntrica" podría
explicarse, según el punto de vista de Gellner, en que
las sociedades modernas son economías que, por su
propia naturaleza, necesitan de los servicios
y de la gestión del Estado. En este sentido, el
Estado respalda y difunde una lengua y una cultura
homogéneas indispensables para este tipo de
economía, así como para este tipo de sociedad,
organización política y sus procedimientos
administrativos. De allí que, como afirma Will
Kymlicka (1999), la mayoría de los politólogos
occidentales hayan dado por sentado que las teorías
que desarrollan deben operar dentro de los límites del
Estado-nación, a pesar de que esta orientación
no es siempre explícita.Otro aspecto es el de la
homogeneización como elemento básico de la
nacionalización: Para la visión
eurocéntrica, la característica básica
de la nación moderna y de todo lo relacionado con ella
es su modernidad, pero, para lograr la construcción
del Estado nacional moderno, iniciada por las revoluciones
democrático-burguesas en el siglo XVIII, fue necesario
desarrollar las políticas de nacionalización y
homogeneización de la sociedad que requería el
nuevo estado. Para desarrollar estas políticas los
sectores dominantes crearon, entre otros, dos elementos
importantes, uno de inclusión y otro excluyente: Como
un elemento de inclusión social se destaca la
creación de las instituciones modernas de
ciudadanía y democracia política.
Aún cuando estas instituciones no excedían
más allá de determinadas características
formales, ellas permitían, por una parte, enfrentar
los privilegios del régimen absolutista y, por la
otra, percibir al Estado como la expresión de un orden
social eminentemente consensual y representativo de toda la
nación. De esta manera, en lo interno, la
ciudadanía pudo llegar a servir como igualdad
legal, civil y política para gentes socialmente
desiguales (Quijano, 2000, p. 226) y, en lo externo,
diferenciando públicamente a los miembros nacionales
de aquellos grupos humanos definidos como no ciudadanos o
extranjeros. Por ello se considera que, como un instrumento
poderoso de delimitación social, la ciudadanía
ocupa un lugar central en la estructura administrativa y en
la cultura política del moderno estado-nacional
(Brubaker, 2001).Al mismo tiempo, junto al anterior elemento
homogeneizador de ciudadanía, encontramos el
concepto de raza como elemento fundamental de control
y de "la colonialidad del poder" (Quijano, op. cit.). Esta
idea y la clasificación social básica y
universal de la población del planeta en torno a esa
idea de raza (o racismo), según Quijano, fueron
originadas hace 500 años junto con América, Europa y el capitalismo, y
fueron impuestas sobre toda la población del planeta
en el curso de la expansión del colonialismo europeo.
De acuerdo con este autor, desde entonces esas
políticas impregnan todas y cada una de las
áreas de existencia social, constituyendo la base
intersubjetiva más universal de dominación
política dentro del actual patrón de poder
mundial.Sin embargo, debemos destacar que los conceptos de
ciudadanía y raza no fueron las únicas formas
de homogeneización de las sociedades europeas. Para
Lenin (1975), otros rasgos que también caracterizaron
toda la evolución moderna y la homogeneización
de esos Estados fueron: 1) La generalización de la
economía capitalista en todos los países
occidentales, consolidando así el Poder
económico de la burguesía; 2) La
formación del Poder parlamentario, lo mismo en
los países republicanos que en los monárquicos,
y 3) El perfeccionamiento y fortalecimiento del Poder
ejecutivo, de su aparato burocrático y
militar.Ahora bien, de acuerdo con la visión
eurocéntrica, ¿cuáles eran los criterios
básicos que permitían que un pueblo fuera
clasificado firmemente como una nación?: De acuerdo
con los estudios de Hobsbawn (op. cit.), existió un
primer momento popular-revolucionario en la cual se
equiparaba el pueblo soberano con el estado. Según lo
expresaba la Declaración de Derechos francesa de 1795,
la ecuación nación = estado = pueblo, y
especialmente pueblo soberano, sin duda vinculaba
nación a territorio pero no tenía ningún
sentido fundamental la etnicidad, la lengua y otras cosas
parecidas.Luego, en un segundo momento (entre 1830 y 1880),
pasó a dominar el concepto de la burguesía
liberal que consideraba que la nación y los requisitos
para que se pudiesen concebir como tal estaban
indisolublemente unidos al tamaño de la
población y la dimensión del territorio (el
llamado "principio del umbral"), por ser estos los factores
que a su vez posibilitaban las condiciones para el desarrollo
económico. De esto se desprendía que, en primer
lugar, el "principio de nacionalidad" era aplicable en la
práctica sólo a las nacionalidades de cierta
importancia. La autodeterminación, entonces,
sólo era aplicable a las naciones que se consideraban
viables: cultural y, desde luego, económicamente. La
segunda condición era que la edificación de
naciones debía verse como un proceso de
expansión. En la práctica esto quería
decir que se esperaba que los movimientos nacionales fueran
movimientos a favor de la unificación o
expansión nacional.En un tercer momento, -siguiendo la exposición de Hobsbawn- el nacionalismo
de 1880-1914 difería en tres aspectos importantes de
las fases anteriores. En primer lugar, abandonó el
"principio del umbral". En lo sucesivo cualquier conjunto de
personas que se consideraran como "nación"
reivindicó el derecho a la autodeterminación,
que, en último término, significaba el derecho
a un estado aparte, soberano e independiente para su
territorio. En segundo lugar, y a consecuencia de esta
multiplicidad de naciones "no históricas", la
etnicidad y la lengua se convirtieron en los criterios
centrales, cada vez más decisivos o incluso
únicos de la condición de nación en
potencia. Y, en tercer lugar, un marcado desplazamiento hacia
la derecha política de la nación y la bandera,
así como también en contra del auge de los
movimientos socialistas, sobre todo dentro de los
estados-nación establecidos, que a la postre
llevó al triunfo temporal del fascismo.Así, el resultado de toda esta experiencia
fue que se terminó por conformar, a nivel "oficial",
un rechazo al nacionalismo por considerarlo ?según
Brubaker- "una mezcla contradictoria de chauvinismo y
universalismo mesiánico", heredado tanto de la
tradición revolucionaria francesa y la
expansión napoleónica, como de la
reacción y conformación del nacionalismo
etnocultural alemán (Brubaker, op. cit., pp. 8-11).
Obviamente, este rechazo apareció en la segunda mitad
del siglo XIX, después que ya se habían formado
los grandes estados occidentales, a los cuales por su
tamaño, grado de desarrollo y "contribuciones al
progreso" se les atribuía el derecho propio de existir
como naciones; mientras que "la gente, la lengua o la cultura
pequeña encajaba en el progreso sólo en la
medida en que aceptara la condición de subordinada de
alguna unidad mayor" (Hobsbawm, 2000, p. 50).Aunque hoy se afirme que tanto el "principio de las
nacionalidades" como el principio territorial y poblacional
del "umbral" ya están superados en Europa,
fundamentalmente debido a la
globalización de la economía y a la
confederación de sus repúblicas (la Unión
Europea), es evidente que hoy continúa
predominando el criterio de la subordinación a la
economía más poderosa. Como bien destaca Joan
Ginebra (1999), cuatro grandes naciones ejercen la
hegemonía en la economía europea: Alemania,
Francia, Inglaterra
e Italia, en
tanto que los demás países deben someter sus
políticas industriales, comerciales y laborales a los
dictados y conveniencias de esas cuatro potencias. En efecto,
como señala Geoff Eley: "El Acta Única Europea
de 1986-1992 y el Tratado de Maastrich, en virtud del cual la
CEE se convirtió en la Unión Europea en 1994,
eliminaron la opción del keynesianismo nacional?[y
así entonces]?La soberanía pasó decisivamente al
marco institucional poco flexible y antidemocrático de
la UE." (op. cit., p. 404), lo que luego sería
finalmente rematado por una Constitución claramente neoliberal como
la propuesta en el año 2004 [7].Entonces no debería extrañarnos las
críticas que se hacen al autoritarismo de las
políticas neoliberales de Bruselas (centro
administrativo y parlamentario de la Unión Europea) ni
las importantes resistencias nacionalistas de parte de amplios
sectores de la población en distintos países de
ese Continente. Por ello, sería conveniente tomar en
cuenta la advertencia que nos hace Hobsbawn respecto a que
los motivos de estos fenómenos son duales,
"construidos esencialmente desde arriba, pero que no pueden
entenderse a menos que se analicen también desde
abajo, esto es, no sólo desde los gobiernos y los
portavoces y activistas de movimientos nacionalistas (o no
nacionalistas), sino en términos de los supuestos, las
esperanzas, los anhelos y los intereses de las personas
normales y corrientes" (Hobsbawn, op. cit., pp. 18-19). Sabio
consejo ?pensamos- que podría ser de mucha utilidad a la
hora de estudiar los procesos de construcción de
naciones en el pasado, así como los problemas que se
presentan actualmente en la constitución de la
Unión Europea.- El Eurocentrismo y la nacionalización de
la sociedad: El Estado-nación"Los obreros no tienen patria. No se les puede
arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el proletariado
debe en primer lugar conquistar el Poder político,
elevarse a la condición de clase nacional,
constituirse en nación, todavía es nacional,
aunque de ninguna manera en el sentido burgués".
Karl Marx (1818-1883), en el Manifiesto del Partido
Comunista. Pekín, 1973, p. 57.De acuerdo con la definición dada por Lenin:
"El marxismo es el sistema de las concepciones y de doctrina
de Marx…[que]?constituyen en conjunto el
materialismo
moderno y el socialismo científico moderno como
teoría y programa del
movimiento obrero de todos los países civilizados del
mundo" (Lenin, 1980, p. 11). Las teorías y doctrinas
fundamentales desarrolladas por Marx, y también por
Engels, son: a) las teorías del Estado y de la
revolución socialista, b) la doctrina
de la lucha de clases y la táctica del proletariado y,
c) la doctrina económica referida al movimiento de la
sociedad moderna o capitalista. Estos problemas fueron
estudiados desde la perspectiva de la dialéctica materialista que,
según Marx, "es la ciencia de
las leyes generales del movimiento, tanto del mundo exterior
como del pensamiento humano". Por medio de este método el marxismo abordó el
estudio global del proceso de aparición, desarrollo y
decadencia de las formaciones económico-sociales. Y
sobre esta misma base histórico-dialéctica
también planteó el socialismo de Marx los
problemas de la nacionalidad y del Estado.En primer lugar, hay que destacar que, para el
marxismo, la nación no es simplemente una
categoría histórica general sino una
categoría histórica específica, esto es,
relativa a una época o momento histórico
determinado por un sistema social y la clase dominante que
preside su desarrollo: el capitalismo ascendente.
Independientemente de que las naciones modernas se hayan
estructurado a partir de ancestrales unidades
étnico-lingüísticas, para el marxismo, el
concepto moderno de nación apareció vinculado a
la propiedad privada capitalista y la clase social que le
confiere sentido social y político: la
burguesía.En segundo lugar, la formación de naciones
significó, simultáneamente, su
transformación en estados nacionales independientes.
Las naciones inglesa, francesa, y otras son, al mismo tiempo,
los estados inglés, francés, etc.
Así, el Estado "actual" varía con las fronteras
nacionales ?escribe Marx en 1875-, sin embargo los distintos
Estados en los distintos países civilizados de Europa,
pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen en
común el que todos ellos se asientan sobre las bases
de la moderna sociedad burguesa, aunque esta se halle en unos
sitios más desarrollada que en otros, en el sentido
capitalista.En tercer lugar, los movimientos nacionales de la
época (estamos hablando del siglo XIX)
consistían todos en movimientos de la
burguesía ascendente contra los restos del modo de
producción feudal y los regímenes
políticos autocráticos de la nobleza. La
finalidad de estos movimientos era eliminar los
obstáculos que impedían la extensión de
un mercado interno basado en la explotación
capitalista del trabajo
social y, al mismo tiempo, convertir a la
burguesía autóctona en la clase
dominante.Es evidente que esas fueron las
características generales que marcaron el surgimiento
de las nuevas naciones europeas. No obstante, Marx y Engels
creían firmemente en que esa etapa inicial de
industrialización nacional, de aislamiento nacional y
antagonismos entre los pueblos, al igual que las ideas
nacionalistas surgidas durante las revoluciones burguesas,
quedarían superadas por la inevitable tendencia a la
internacionalización de la economía capitalista
y la mundialización de los mercados; razón por
la cual, la noción de "patria" perdía sentido
político tanto para la burguesía como para la
clase obrera. Así lo expresaban claramente en el
Manifiesto del Partido Comunista de 1847.La idea fundamental de estos autores respecto al
problema nacional se justificaba en un pensamiento muy
eurocéntrico de la época: En primer lugar, Marx
y Engels sostenían al inicio una posición
convencida de la prioridad histórica del socialismo en
los países capitalistas desarrollados, así como
del "progresismo" que revestía el avance del
capitalismo sobre los países atrasados. Según
planteaban estos intelectuales revolucionarios, la
expansión del capitalismo en todo el mundo
permitiría la incorporación de los pueblos
atrasados a la civilización, al desarrollo
económico y, por ende, al surgimiento y
consolidación de la clase obrera; mientras que los
movimientos separatistas en naciones pequeñas y
culturalmente subdesarrolladas, irían en dirección opuesta a los intereses de la
transformación socialista de Europa. En consecuencia,
sus análisis se centraban sobre la función
progresiva o reaccionaria de un determinado tipo de estado, o
marco económico, a propiciar o combatir desde el punto
de vista de la futura revolución del proletariado
europeo (Vilar, 1982).Por este motivo, Marx y Engels proclamaban el
carácter circunstancial y temporal de la lucha
nacional por parte de la clase obrera, pues: "naturalmente,
ésta para poder luchar, tiene que organizarse primero
como clase en su propio país, ya que éste es la
palestra inmediata de su lucha"; pero el propósito
fundamental y estratégico de la clase obrera debe ser
la total derrota del capitalismo a nivel mundial. En este
sentido es que su lucha de clases es nacional, no por su
contenido, sino, como dice el Manifiesto Comunista,
"por su forma". Asimismo debe entenderse el papel transitorio
del Estado en la revolución socialista: Entre la
sociedad capitalista y la sociedad comunista ?decía
Marx en su Crítica del programa de Gotha en
1875- media el período de la transformación
revolucionaria de la primera en la segunda: la
construcción de la sociedad socialista. A este
período corresponde también un período
de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la
dictadura revolucionaria del proletariado. Pero luego,
con la implantación del régimen social
socialista, el Estado se disolverá por sí mismo
y desaparecerá [8].Entonces, bajo esta perspectiva fue que Marx y
Engels estudiaron los movimientos por la
autodeterminación de los pueblos de Europa y los
territorios coloniales. No obstante, debe anotarse que esas
perspectivas "progresistas" del capitalismo, casi rayanas con
el "utilitarismo", de los primeros planteamientos de Marx y
Engels en relación con la cuestión nacional y
colonial variaron sensiblemente al final de sus vidas. Por
ejemplo, a finales de la década de 1860, quizás
debido al fracaso de las revoluciones europeas y al auge de
las luchas por la independencia nacional en China,
India e
Irlanda, Marx da muestras de un cambio de opinión
cuando pasó a creer en la posibilidad de que entonces
las revoluciones en los países atrasados y coloniales
serían previas y contribuirían a revolucionar
las metrópolis. Asimismo, a pesar de la evidente
preferencia por el enfoque internacionalista sobre el
nacional que muestran estos autores en el Manifiesto
Comunista de 1848, tanto en los Prefacios de la edición polaca de 1892 como en la
italiana de 1893 del mismo Manifiesto (o sea, más o
menos cuarenta y cinco años después de su
primera publicación), también Engels da
muestras de un cambio de opinión en torno a la
cuestión nacional, cuando reconoce que así como
la independencia nacional fue necesaria para la
dominación de la burguesía ella también
lo sería para el proletariado, pues:Sin restituir la independencia y la unidad de cada
nación, no es posible realizar la unión
internacional del proletariado ni la cooperación
política e inteligente de esas naciones para el logro
de objetivos comunes (Engels en el Prefacio a la
edición italiana del Manifiesto
Comunista).De manera que bajo esta perspectiva fue que ellos
polemizaron no solo contra las ideas reaccionarias de la
derecha, sino también con las diferentes corrientes
del socialismo europeo, por ejemplo: el mazzinianismo en
Italia, el proudhonismo en Francia, el lassalleanismo en
Alemania, el tradeunionismo en Inglaterra, o ciertas
tendencias de la socialdemocracia del centro y el este de
Europa. A unos les criticaban sus posturas ilusorias por el
manejo de unos "principios de
las nacionalidades" que se centraban sólo en aspectos
filosóficos y religiosos, sin que hubiera ninguna
alusión a la lucha de clases y una crítica al capitalismo. A otros, su
oportunismo por el mero reconocimiento verbal a "la igualdad
de derecho de las naciones" sin que estos lucharan
efectivamente contra las políticas colonialistas y las
guerras anexionistas de sus propios países. Y
todavía más, también criticaron a
algunos socialistas por su dogmatismo al desconocer, o
posponer, y hasta contraponer en algunos casos muy concretos,
las luchas patrióticas en aras de la prioridad de los
intereses de la clase obrera y la revolución
socialista. - El Marxismo y
la "cuestión nacional": el Estado
proletario
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